viernes, 22 de mayo de 2009

Perdido en su pentagrama

Su mirada hace tiempo que dejó de adivinar algo. Ya no espera nada sorprendente de la vida, es más, ya no espera a la vida. Deambulando de arcén en arcén, de calle en calle, de Plaza Soledad a Avenida Remordimientos. Sus ojos vítreos, cristalinos,  no ocultan ninguna emoción sino sólo irritación por la hiriente atmósfera carbonatada. Su atuendo de alquiler, pasado de moda, pide a gritos un remiendo. Sus zapatos perdieron la suela con la quietud de su paso dubitativo, sediento y pesaroso. 

Siempre está recostado en el mismo lugar, en la esquina de un casino que quizá le recuerde la mano azarosa y tirana que lo trajo hasta allí. El conjunto de sus exequias suele posarse en las sombras, resguarnecido por la indiferencia peatonal, buscando un mendrugo de pan, un mendrugo de compasión vecina, un instante de lucidez. Porque yo sé que lo tuvo, y de excelsa brillantez, si cabe.

¿Por qué? Por sus manos. Cubiertas por una capa de mugre y ph desbocado, sobresalen sus uñas, bien perfiladas, cuidadas con mimo y tesón. La de su pulgar era la mejor estudiante de la clase musical. Uña larga, redondeada, cutícula definida, a prueba de cualquier rasgueo. Con ella y la ayuda de sus congéneres aprendió a amar a la única que le escuchó, comprendió y, ay, a la única que sigue echando de menos cada noche...a esa guitarra de porte alto y madera de caoba de vivero, que murió con su insolvencia.

Ya no desafía a la luna con ella. Y desde entonces está solo de verdad. Con esa soledad que tanto duele, ésa a la que no puede ya distraer con una punzante soleá, o una pícara bulería. Desde que lo venció el alzheimer de las calles, sólo conserva ese ritual de limado, no suficiente para seguir perdido entre esas cinco líneas paralelas y equidistantes que marcaban su camino. Quizá se esté poniendo guapo pa`cuando vuelva. Aunque ya nadie se acuerde de él, ni los acordes que tanto se acordaban cuando ella estaba. Ni siquiera la maternal clave de sol que cada día lo despierta con un rayo tan directo como implacable.

martes, 19 de mayo de 2009

Luces inciertas y desvaídas

Buscando el tercer pie del gato que tanto se me resistía, llegue a comprenderlo todo sin ser consciente de nada. Atemorizado por su falta de concreción verbal, física y emocional, encontré verdades que se quemaban con pensarlas y mensajes que se autodestruían al ser escudriñados. ¿Por qué esa dichosa manía de buscarle a todo un sentido, un dogma? -me decía. Esa dichosa manía axiomática se instauró en mí antes de yo nacer, creo. Y es inútil luchar contra ella. Da lugar a numerosos desencuentros, a fútiles tozudeces y a razones construidas a base de esperpéntica realidad. Pero va imbuido en mi forma de ser, y no podré deshacerme de ella ni con grandes dosis de agua hirviendo en mis sienes.

Siento haberme comportado de la única forma que sé. Perdona si no me amoldé a tus pretensiones. Pero así fui constituido y no pienso tocarme ni una pieza. ¡Ah! acabo de encontrarte, maldito pie, vamos a buscar a tu felino dueño. Estará deseoso de poder andar de nuevo. Al igual que yo.

jueves, 14 de mayo de 2009

Mirando al tendido

Odio las urbes. Ese pensamiento martillea mi cabeza cada vez con una mayor insistencia. Todo colas, prisas, nervios, impersonalidades caminantes, no hay un gracias, un me deja pasar, un me alegro de verte. Pero por lo que más aborrezco estas masificaciones contemporáneas es por lo que dejan tras de sí, por todo lo que las envuelve. Su aire. Eso no se respira, la ciudad te lo sirve cual máquina expendedora de cilindros alquitrantes para tu ansioso y atropellado consumo. 

En cambio, en el pueblo todo es diferente. Con una frecuencia creciente pienso en el que yo consideraba mío aunque no lo fuera. Él me adoptó con la hospitalidad que sólo puedes encontrar en esos lugares, me encerró en su tranquila naturaleza consciente de mi feliz consentimiento, dio rienda suelta al desparrame de mi mente y alma, tan constreñidas y arrugadas por culpa del  cotidiano ahogo ciudadano. El sentido de la expresión "dar un paseo" vuelve a encontrarse, no hay más agobio que el de vivir, no hay más prisa que la que uno quiera inducirse. Vuelven los sabores, los olores, vuelve el aire que te extasia si lo tomas a grandes dosis, vuelve el sordo agradecimiento de tu cuerpo al descansar su lucha contra los factores extraños portadores del virus de la sinrazón.

Y destacando sobre todo lo demás, vuelve la paz. La tristeza tiene la hondura recalcitrante que se le sospecha, la alegría tizna con un mayor énfasis las emociones, el niño tiende a ser como un niño y el adulto....el adulto busca la autenticidad perdida, aquella que guardó en un rincón de la vieja casa familiar, aquella que hoy, mira por donde, no encuentra... Lógico. No se acuerda de que se la llevó consigo. Y en la ciudad la perdió por las prisas, por la falta de un "gracias", por el aire que todo lo engulle y nada te da, salvo arcadas cuya causa olvidaste.

lunes, 11 de mayo de 2009

Pasión inocua

A la hora de ver pasar mi vida, siempre me gustó fijarme en los pequeños e insignificantes detalles que la hacen por un instante tan digna de ser vivida. Quizá porque sea lo único que ya me queda de ti, la única verdad que se conserva al vacío en mi fustigada memoria, a salvo de las bacterias del olvido. 

Esa verdad se fundamenta en tus ojos. No en su aspecto exterior en sí, sino en lo que decían de ti, en lo que tenias delante (yo) y en lo que tenías en mente. Me refugio en el recuerdo de tu iris, tan veteado como transparente con la luz del sol; en tu pupila esquizofrénica que todo quería captar; en tus pestañas que envolvían todo un haz de sensualidad, menuda arma de destrucción masiva masculina.

Esos ojos que evoco ya no están. Se cerraron y, lo que es peor, miraron para otro lado. Pero creo y seguiré creyendo que no se fueron del todo. Dejaron un rastro tras de sí, similar a la centella que deja la cola del cometa. Sí, una buena comparación, pues me producían la misma sensación cuando me miraban que si de repente todo un inmenso cielo te guiñara un...cuerpo luminiscente?

Su estela es esa pasión inocua. Aquella que tanto decía entonces, y que hoy tan sólo vive como un pasado estéril de lo que fue, congelada en pos de un nueva cara que ubicar en esa mirada. Este no es el alegato a una pasión perdida y no recuperable, sino a ese pequeño detalle que siempre quedará de ti conmigo, ese pedacito que tú me dejaste, mi recuerdo de que, aquella vez, tus ojos me miraban A MÍ, y tan sólo a mí, que se embebían en mi ser. Todo eso es lo poco que me queda de ti. Pero lo guardaré conmigo. 

viernes, 8 de mayo de 2009

Retazos desbocados

Miel. En un instante de descuido ajeno, él entreabrió sus ojos. En ese momento en que su cerebro aún no percibía ninguna forma, tan sólo la hiriente luz para sus retinas, adivinó a pensar esa palabra. Sí, -lo constataba- sus besos son miel para sus sentidos. Saboreaba su imaginaria situación en los instantes previos, cuando la boca ajena se acercaba y llegaba a ese punto de no retorno que tanto había ansiado desde que la vio. Los tentáculos de sus pestañas llegaban a rozar sutilmente su frente, en una muestra indubitada de posesión visceral, cálido deseo. Pero la máxima tensión perceptiva no podía focalizarse en otro lugar que sus papilas. Aquellas que esperaban fervientes la película húmeda y agradablemente viscosa de sus convecinas. Volvía a recorrerle ese chispazo invisible por su sistema nervioso periférico, que entreabría los dedos de sus pies en un acto reflejo, inmune a su conciencia. Miel. Eso decía su ebrio cerebro tras la inusitada catarata de endorfinas. Pero también lo expresaban esos dedos accionados por su subconsciente. Porque ésa era la razón por la que había esperado tanto tiempo. No se percató hasta la reacción post-oscular, pero algún recoveco en su ser le decía que ese beso le marcaría. Quizá la misma fuerza que hizo mover sus dedos.