lunes, 5 de julio de 2010

Devastar cabezas


Estaba furiosa con la directora, la madre Concepción. Sucedió algo breve pero intenso. Decidí que la odiaría y me empecé también a odiar a mí por acatar normas que no tenían ningún sentido dentro de mi cabeza; por esa obediencia que me estaban inculcando y que yo aborrecía con toda mi alma.
Retorcían cada uno de mis pensamientos los bucles dormidos de mi pelo. Recortaban mentalmente mis jadeos esos bucles cayendo por detrás del cuello. Y sin querer pensar más, como si la solución la abarcarán unas tijeras de metal, cogí mechones con intención de cortar y cortar y cortar. Y corté el primero y se sucedieron tantos como mi cabeza me pedía y más y más y más hasta un total de la cabeza entera a no más de 6 centímetros en sentido longitudinal.

Conforme veía caer rizos uno tras otro sentía alivió, pero solo era un alivio momentáneo, poco a poco la ira se apoderó de mi y luego sentí pena…. Echaba de menos los rizos y las rastas unidos durante tanto tiempo como una prolongación de mis pensamientos en sentido fusiforme y sobrevinieron sobre mi ríos de vino glaciar. Sobrevinieron también pataletas y globos murmurándome obscenidades y un balcón sin barrotes por donde echar a volar tranquila durante esa noche… En el caso de que mis alas no se desplegaran siempre podía acogerme la molla verde que debajo del balcón se debatía entre la tila que meses atrás le tiraba y el uranio enriquecido que la embadurnaba mañana tras mañana.