miércoles, 16 de septiembre de 2009

Lacerada lealtad

Es para mí el cuerpo, es para mí el alma, una simbiosis de dos símbolos en constante lucha, una personificación del yo impulsivo y el yo reflexivo que se enfrentan a cada segundo, en tantas y tan furtivas contiendas que nunca tienen final decidido ni inicio confirmado. Todo viene de la envidia del uno al otro.

Porque el cerebro envidia al corazón. Ay, cómo ansía retorcerse de placer, esas revoluciones hormonadas cuando lo tocan, e incluso aquellos respingos que musita cuando se está rompiendo. Ansía sus mil y una vidas, sus vidriosos resquebrajamientos seguidos de reconstrucciones gelatinosas, su fragilidad y su fuerza. Y por eso lo ridiculiza, le niega todo lo que anhela, lo ciega y engaña, lo alza y lo estampa.

Qué pena que siempre haya un perdedor. Y no es ni el cerebro, ni el corazón. Es el dueño de ambos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario