Algunas personas se protegen de la tormenta de los miedos creando un escudo, esterilizando todo asomo de reblandecimiento, creyendo que si la vida se vive al presente su corazón queda inmune a los virus de los recuerdos (pasado) y las esperanzas (futuro). Porque ambos comparten el mismo agente patógeno: las vulnerabilidades.
Ese virus que en sus dos manifestaciones tratamos de evitar, es, cual gripe A, una pandemia desproporcionadamente temida por muchos, pero digo yo: ¿tanto hay de malo en sentirse vulnerable?
La vida vivida al presente carece de la perspectiva que le dan las ilusiones, un corazón desilusionado es materia inerte, sólo puede aprender a funcionar con los dolores, con las esperanzas. Un corazón recluido en el día a día sólo cumple su función más prosaica, la mecánica del bombeo de la sangre; un corazón con vistas al pasado y al futuro activa las conexiones con el intelecto, te hace sentir más fuerte, emocionar, con cada loop que da la montaña rusa impulsada por la adrenalina, la xerotonina, y demás hormonas no combustibles.
Me gusta sentirme vulnerable, me gusta que me hagas sentir vulnerable, y aunque implique dolor, aunque conlleve desazón ocasional, déjame decirte desde aquí que en el fondo, muy adentro, mi corazón estará sonriendo. Porque ya no sólo bombea sangre.