He escuchado el grito silencioso de una mujer, rememorando aquello que vivió cuando aún mujer no era. Aquellos días de encarcelamiento, los vividos por su padre, por cientos de padres e hijos.
He observado el llanto carente de lágrimas de una mujer, rememorando aquello que vivió cuando aún mujer no era. La tragedia Istriana, el Foibe, y aquellos que perdieron la vida defendiendo sus propios ideales y su propia patria. Aquellos hombres, mujeres, niños, todos inocentes, forzados a un exilio autónomo pero a la par forzado, sin renegar sus propios orígenes italianos. Un pueblo amante de Italia y sus tradiciones, que la ve y la siente como una madre, pero que en realidad es una madrastra.
Fiume, Pola, Parenzo, Trieste, lugares donde todavía se respira la melancolía, la tristeza, la rabia, el odio, la vergüenza, el miedo de un pueblo débil políticamente, pero de ánimo fuerte. El triángulo Istriano fue invadido a lo largo del siglo por numerosas civilizaciones y pueblos (Romanos, Godos, Bizantinos, Francos , austriacos, italianos, alemanes, croatas) y quizás este el motivo por el que aquellos cuyos orígenes radican en esta tierra se caracterizan por su gran tenacidad. La capacidad del pueblo Istriano de resistir también los golpes bajos en el curso de la Historia merece también el máximo respeto. El éxodo Istriano-Dálmata ha resultado ser una realidad incómoda para el poder político, de ahí que no haya sido difundido. Pero hoy el mundo DEBE rendir honor a cada víctima del genocidio ocurrido para que quede grabado en la memoria de todos y cada uno y se venga a crear una conciencia histórico-social con el fin de que nada similar se repita.
Serena Mauriello. Traducción: Juan José Rodríguez (Histéresis)