martes, 12 de octubre de 2010

Culpables de haber nacido Istrianos (por Serena Mauriello)

He escuchado el grito silencioso de una mujer, rememorando aquello que vivió cuando aún mujer no era. Aquellos días de encarcelamiento, los vividos por su padre, por cientos de padres e hijos.

He observado el llanto carente de lágrimas de una mujer, rememorando aquello que vivió cuando aún mujer no era. La tragedia Istriana, el Foibe, y aquellos que perdieron la vida defendiendo sus propios ideales y su propia patria. Aquellos hombres, mujeres, niños, todos inocentes, forzados a un exilio autónomo pero a la par forzado, sin renegar sus propios orígenes italianos. Un pueblo amante de Italia y sus tradiciones, que la ve y la siente como una madre, pero que en realidad es una madrastra.

Fiume, Pola, Parenzo, Trieste, lugares donde todavía se respira la melancolía, la tristeza, la rabia, el odio, la vergüenza, el miedo de un pueblo débil políticamente, pero de ánimo fuerte. El triángulo Istriano fue invadido a lo largo del siglo por numerosas civilizaciones y pueblos (Romanos, Godos, Bizantinos, Francos , austriacos, italianos, alemanes, croatas) y quizás este el motivo por el que aquellos cuyos orígenes radican en esta tierra se caracterizan por su gran tenacidad. La capacidad del pueblo Istriano de resistir también los golpes bajos en el curso de la Historia merece también el máximo respeto. El éxodo Istriano-Dálmata ha resultado ser una realidad incómoda para el poder político, de ahí que no haya sido difundido. Pero hoy el mundo DEBE rendir honor a cada víctima del genocidio ocurrido para que quede grabado en la memoria de todos y cada uno y se venga a crear una conciencia histórico-social con el fin de que nada similar se repita.


Serena Mauriello. Traducción: Juan José Rodríguez (Histéresis)

lunes, 5 de julio de 2010

Devastar cabezas


Estaba furiosa con la directora, la madre Concepción. Sucedió algo breve pero intenso. Decidí que la odiaría y me empecé también a odiar a mí por acatar normas que no tenían ningún sentido dentro de mi cabeza; por esa obediencia que me estaban inculcando y que yo aborrecía con toda mi alma.
Retorcían cada uno de mis pensamientos los bucles dormidos de mi pelo. Recortaban mentalmente mis jadeos esos bucles cayendo por detrás del cuello. Y sin querer pensar más, como si la solución la abarcarán unas tijeras de metal, cogí mechones con intención de cortar y cortar y cortar. Y corté el primero y se sucedieron tantos como mi cabeza me pedía y más y más y más hasta un total de la cabeza entera a no más de 6 centímetros en sentido longitudinal.

Conforme veía caer rizos uno tras otro sentía alivió, pero solo era un alivio momentáneo, poco a poco la ira se apoderó de mi y luego sentí pena…. Echaba de menos los rizos y las rastas unidos durante tanto tiempo como una prolongación de mis pensamientos en sentido fusiforme y sobrevinieron sobre mi ríos de vino glaciar. Sobrevinieron también pataletas y globos murmurándome obscenidades y un balcón sin barrotes por donde echar a volar tranquila durante esa noche… En el caso de que mis alas no se desplegaran siempre podía acogerme la molla verde que debajo del balcón se debatía entre la tila que meses atrás le tiraba y el uranio enriquecido que la embadurnaba mañana tras mañana.

miércoles, 9 de junio de 2010

Vulnerabilidades

Evocamos nuestra infancia conforme más pasan los años, añoramos la inocencia intacta y la despreocupación que es la esencia del niño con la llegada de las responsabilidades que el tiempo va esculpiendo en nuestra mente, como las arrugas van surcando la piel. Y llega la madurez, y con ella, de la mano de las responsabilidades, aparece la inseguridad de lo efímero.

Algunas personas se protegen de la tormenta de los miedos creando un escudo, esterilizando todo asomo de reblandecimiento, creyendo que si la vida se vive al presente su corazón queda inmune a los virus de los recuerdos (pasado) y las esperanzas (futuro). Porque ambos comparten el mismo agente patógeno: las vulnerabilidades.

Ese virus que en sus dos manifestaciones tratamos de evitar, es, cual gripe A, una pandemia desproporcionadamente temida por muchos, pero digo yo: ¿tanto hay de malo en sentirse vulnerable?

La vida vivida al presente carece de la perspectiva que le dan las ilusiones, un corazón desilusionado es materia inerte, sólo puede aprender a funcionar con los dolores, con las esperanzas. Un corazón recluido en el día a día sólo cumple su función más prosaica, la mecánica del bombeo de la sangre; un corazón con vistas al pasado y al futuro activa las conexiones con el intelecto, te hace sentir más fuerte, emocionar, con cada loop que da la montaña rusa impulsada por la adrenalina, la xerotonina, y demás hormonas no combustibles.

Me gusta sentirme vulnerable, me gusta que me hagas sentir vulnerable, y aunque implique dolor, aunque conlleve desazón ocasional, déjame decirte desde aquí que en el fondo, muy adentro, mi corazón estará sonriendo. Porque ya no sólo bombea sangre.

jueves, 14 de enero de 2010

No somos conscientes de su magnitud

Estos días asisto de pasada a uno de los acontecimientos más desagradables del siglo. Impotencia y rabia se desbocan al ver la catástrofe, la cara perversa del lado maligno del reverso oscuro de la puta vida. Tan inmiscuidos en nuestras propias desgracias no nos damos cuenta de que el verdadero problema tiene epicentro en Puerto Príncipe, Haití. Cientos de miles de sueños truncados, promesas agitadas e ilusiones buscando oxígeno bajo los escombros. Sé que no podemos hacer nada, ni acuso al mundo desde mi pequeño púlpito con tono reprobatorio, no. Sólo pido que reflexionemos, que relativicemos nuestros problemas, que es bien poco. Yo soy el primero que debería darse cuenta de lo afortunado que viene siendo, que la pena está de veraneo en esa isla, y amenaza con quedarse. Porque lo más triste es que no son desdichados ahora, sino que ya antes muchos de ellos vivían en un estado de absoluta dejadez de la mano del hombre del primer mundo. Les podremos dar ayuda humanitaria, mejorar sus destrozadas infraestrcuturas, reconstruir todo lo que el temblor se llevó. Todo menos su corazón derruido por un seísmo letal.